Puse toda mi esperanza en esas flores,
deseaba arrancarle una gran sonrisa,
Mirarle a los ojos, entregarle las flores,
abrazarla largo tiempo y darle un beso.
Entregué las flores; no estuvo en su casa;
pensó su familia que era el repartidor;
me dijeron si deberían firmar algo,
Les respondí: No; me dijeron: que raro.
Me cerraron la puerta, propio; no sabían
que la amaba y era el amor de mi vida.
Me aleje de la puerta a esperar su llegada,
ella llegó con flores, no me le acerqué,
para no oír lo que sospechaba ese día.
Siendo ella mi vida, me dio muerte;
el rocío de mi alma, caía tibia de dolor,
era sangre del alma, sangre del puro amor.
Me alejé acongojado como papel arrugado,
quería morir en la noche de aquel amargo día;
odié mi corazón por sentir, como sentía
y por no poder odiar a quien lo ha traicionado.
Debí pensar que era su alma, como el color
negro de sus ojos; que solo buscaba divertirse,
que solo anhelaba usarme, para ser yo el peldaño
que la lleve a la cima, para pisarme y hacerme daño.
No importo cada noche detrás y bajo el espejo,
ni siquiera el esfuerzo por la meta cumplida;
me agarro de estúpido y de su pendejo
solo actuó con alevosía tras su mascarada.
Hoy; tras toda esa maldita marejada,
no deseo aprovecharme de la soledad,
que no se quede conmigo a mi lado
y se vaya, para silenciar lo que siento
ahora de profunda pena y sentimiento.
Autor: Camisa
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