Tus
ojos se asomaban a los míos y miraban mi alma,
que
me enseñaste a caminar en tiempos tempranos,
agarrando
con la tuya y muy fuerte mi mano
para
que yo no me soltara aún en la calma.
Tú
mujer dulce que me amabas muy fuerte,
me
conducías por senderos luz y verdes valles,
y me
salvaste un día la vida. Más hoy quiero verte,
y
oír tu voz que con mi mente hoy volví a traerte.
Te
marchaste en tu ley dejando huella,
inculcando
motivos para que no me rinda;
creaste
en la oscuridad una gran centella,
con
ejemplo y lucha fuerte, señora Arminda.
Fuiste
el abnegado amor, que prodigaba abrigo,
fuiste
la fuerza que me impulsaba y el amigo
que
me felicitaba o reprendía cuando debía;
te fuiste sin decir adiós. ¡Hay
madre mía...!
Me
dejaste en ángulo nadir mirando al cielo,
fue
sorpresa y profunda tristeza tu partida,
pena,
llanto, lágrimas, dolor y desconsuelo
más
en mi pensamiento la sombra a mi ceñida.
Son
mis promesas una enorme deuda contigo,
de
hacer cada día la gloria al terminar la jornada
odio
a la muerte, parte de la vida y la maldigo,
la
vida no es montar bicicleta, solo es una charada.
Autor:
Camisa
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